La primera reina Coya: Mama Huaco, dibujo de Felipe Guamán Poma de Ayala
Fuente: Nueva corónica y buen gobierno (1615)
Era la esposa legítima del Inca. El ideal era que tal mujer fuera su hermana de padre y madre, la que se dice entera y legítima. En caso de no poder ser de este modo, frecuentemente era su hermana de padre, sino su pariente más cercana.
Los hijos que el Inca tenía con la Coya eran únicos y legítimos, los habidos en las demás mujeres y concubinas eran los “Izuojapsichuric”, vale decir, bastardos; los legítimos estaban llamados a ofrecer el principe heredero.
La Coya llamada también “Pihuihuarni” o Esposa y “Mamanhuarni” o Madre. Igualmente se le saludaba con el sobrenombre de “Hija de la Luna”.
La calidad de Coya se adquiría por el matrimonio. El Inca le solicitaba por mujer a su madre, después con un gran grupo de parientes, marchaban al Coricancha a pedir el consentimiento del Sol, recibiendo allí un ropaje de mujer para su elegida. Salido del templo con el ropaje femenil en la mano, el Inca tornaba a la casa de su prometida, obsequiándole el atuendo delante de su madre, también topos de plata, joyas y otros adornos. La novia solo aceptaba los regalos cuando su madre se lo ordenaba; entraba en sus habitaciones y vestía el atuendo nupcial traído por su pretendiente; después salía portando un ropaje masculino confeccionado por ella, que el novio vestía en otra habitación.
Recién entonces el Inca le calzaba las ojotas recamadas de oro, señal del matrimonio indisoluble y perpetuo.
A continuación se abrazaban ambos, el Inca le daba la mano y le decía: “Haco Coya”, que significa “Vamos Reina” y ella le respondía: “Hu Cápac Inca”, que se traduce “Vamos Rey Poderoso”.
Era entonces que el Inca la llevaba a su palacio en medio de gran música y estruendo, estando las calles alfombradas de oro y plata.
La alegría era general en todo el Cuzco, los comensales cumplían con recordarle al Inca; que tratase bien a su esposa y que la honrase; las mujeres viejas hacían lo propio recordándole que tuviese comprensión y obediencia a su marido. Las fiestas duraban un mes, trayéndose a la capital manojos de “Ichu”, la paja de las punas que auguraba felicidad a los contrayentes.
Por lo demás, la vida de la Coya no fue muy variada. Frecuentemente paseaba por los huertos reales y se entretenía con los guacamayos y monos traídos del Antisuyo; gustaba de oír música y de ver bailar, recogía flores con sus criadas o tocaba “Tinya” con sus amigas.
muy interesante chévere
ResponderBorrarsiiiiiiiiiii
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