Llamado también “Rey de Reyes” o “Intip Churin”, que significaba “Hijo del Sol”. Guamán Poma añade que el Inca lo llamaban sus vasallos Intip Churin, Quillap Huahua, esto es, Hijo del Sol e Hijo de la Luna.
Como Hijo del Sol, el inca era un hombre-dios nacido para gobernar al pueblo quechua, guiarlo a través de la historia y alcanzarle el sitial que le correspondía como pueblo escogido del Sol.
El Inca, pues, en su calidad semi-divina era el centro de un gobierno teocrático y despótico que sólo perseguía el bien de su pueblo.
En las crónicas, el Inca es presentado como un ser sagrado, que sacrilizaba todo aquello que entraba en contacto con el y era un mediador entre los diferentes planos del mundo. Era conocido como el “Señor de la Tierra”; y “Ordenador del Mundo”.
Otros títulos del soberano andino era el de Zapa Inca, equivalente a “Solo Señor”; el de Cápac Inca, que se traducía en “Rico en Virtudes y en Armas de Guerra”; y el de Huachacuya, que significa “Bienhechor de Pobres”.
Solía decirse que el Inca era de medina estatura y algo moreno, usaba gruesos pendientes en las orejas.
El vestido que ordinariamente usaba era una túnica
sin mangas que le llegaba hasta las rodillas, decorado de vistosos colores; con dibujos geométricos, todo esto era hecho de la más fina lana de vicuña y trabajado por las ñustas.
El calzado, eran unas ojotas que cubrían las plantas de los pies y se enlazaban en medio del pié, donde ponían cabezas de leones o de otros animales, hechos de oro y de plumería, piedras ricas de esmeraldas.
Como insignia inherente a su máximo rango usaba el Llauto, las plumas del “Ave Coraquenque”; “La Mascapaicha”, el “Topayauri” y el “Champi”.
El Llauto era una cinta gruesa de lana, multicolor que le daba varias vueltas a la cabeza y que le servía para sujetarse los cabellos; su ancho era de dos dedos, estando adornada con chaquira, dijes y piedras preciosas. Las plumas del “Ave Coraquenque” eran dos y se insertaban en el Llauto, proyectándose hacia arriba; el coraquenque, animal exótico que sólo aparecía a la muerte de cada Inca para brindar sus plumas al sucesor.
La Mascapaicha llamada “Borla Encarnada”, por los cronistas, era una flecadura de lana roja y estando adherida al Llauto le caía al Inca sobre la frente, hasta más debajo de las cejas, llevaba lana carmesí finísima, con algunos hilos de oro. La Mascapaicha era un símbolo de autoridad y equivalía a una corona.
El Topayauri, era un cetro de oro; y el Champi, arma de guerra que constaba de un asta terminada en un hacha, también de oro.
El Llauto, plumas y Mascapaicha llevaba en la cabeza el Inca en tiempo de paz; porque cuando marchaba a la guerra, prescindía de tan simbólicas prendas.
Las ropas (que sólo admitían una puesta) y las insignias (que usaba cada día) estaba a cargo de un mayordomo con mando y autoridad sobre veinticinco pajes de doce a quince años de edad; hijos de curacas y señores principales.
Pedro Pizarro cuenta que estando Atahaualpa cenando en la prisión, se salpicó con una gota de comida, la que le manchó el atuendo; ello bastó para que todos se escandalizasen y el Inca saliera de la habitación para tornar luego a ella con nuevo vestido.
Se sabe que cuando el Inca salía de su palacio hacía en unas andas de oro macizo, con varandales que sostenían un dosel para defenderlo del sol; portaban la imperial litera por privilegio especialísimo los indios lucanas, llamados “Pies del Inca”. Detrás de la litera imperial un paje portaba el arco al Inca, y otro las flechas; luego seguían la fastuosa comitiva, integrado por soldados.
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